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Marlon Brando no era el abuelo que aparentaba, Linda Blair no estaba poseída por el diablo y Robert de Niro no se rapó al estilo mohicano: fue Dick Smith (Larchmont, Nueva York, 1922) quien hizo que todo eso pareciera cierto. El maquillador de películas como El exorcista o Taxi driver, apodado "el padrino del maquillaje cinematográfico", ha fallecido a los 92 años dejando a sus espaldas siete décadas de transformaciones asombrosas.El maquillador de películas como El exorcista, Taxi driver o Amadeus, apodado “el padrino del maquillaje”, ha fallecido a los 92 años dejando a su espalda siete décadas de transformaciones asombrosas.
El también maquillador Rick Baker —amigo y discípulo de Smith, y su asistente en múltiples ocasiones, incluyendo el filme El exorcista— anunció su muerte ayer a través de la red social Twitter: “El maestro se ha marchado. El mundo no volverá a ser el mismo”.
Smith era considerado el padre de la caracterización cinematográfica moderna. Su mayor logro fue idear un sistema que diera capacidad expresiva al actor debajo de la gruesa capa de maquillaje: Smith sustituyó las máscaras de una sola pieza por fragmentos de látex independientes entre sí, y por lo tanto más flexibles, adheridos a la piel. Esta técnica, aún tuilizada, fue solo una de sus múltiples innovaciones en el campo. El director J. J. Abrams (Lost, Super 8) dijo de él, en un homenaje celebrado por la Academia estadounidense en 2009: “¿Cómo ha podido hacer eso? Era Dick Smith quien nos daba todas las respuestas”.
Comenzó en el oficio en la cadena NBC, pero fueron sus trabajos para el cine los que le llevaron a la fama. Comenzó en el oficio en la cadena NBC —aseguraba que su vocación provenía de un hecho tan insignificante como toparse en una biblioteca con un libro sobre caracterización—, donde figuró en más de 60 producciones como responsable del departamento de maquillaje. En la década de los sesenta participó en varios proyectos de horror y ciencia ficción en televisión (La dimensión desconocida o Way out, presentado por el escritor británico Roal Dahl) que le darían las bases para trabajos como El exorcista (1973).
Ese fue quizás el proyecto que más fácilmente se ha insertado en el imaginario colectivo. Convertir a la adolescente Linda Blair en la encarnación del diablo exigió tres meses de trabajo antes del rodaje, y cinco horas de maquillaje cada día, excluyendo los constantes retoques. Smith fue el responsable de efectos tan sobrecogedores como el vómito verde o el giro de cabeza de 360 grados de la antes angelical Regan McNeil.
El exorcista exigió también la puesta en escena de otra de sus habilidades, quizás menos vistosa, pero que le granjeó finalmente el favor de la Academia: el maquillaje envejecedor. Uno de los ejemplos de su capacidad es Pequeño gran hombre (1970), donde convertía a un Dustin Hoffman de 32 años en un anciano de 121. Marlon Brando sufrió también en El padrino (1972) esa capacidad de acelerar el tiempo en el rostro del actor. Gracias a una fina capa de látex aplicada sobre la piel estirada del intérprete (“era un buen tipo, pero no le gustaban llevar prótesis”, contaba Smith) y una suerte de protector bucal, Brando se transformaba en un anciano de mejillas flácidas y mandíbula prominente el mismo año en que se estrenaba su atractivo de El último tango en París.
Uno de estos milagros (en Amadeus de Milos Forman, 1984, hacía envejecer 30 años a un Salieri encarnado en F. Murray Abraham) le valió, por fin, el Oscar. No fue el último premio de la Academia que recibió: en 2011 la profesión le reconoció “su maestría incomparable en la textura, las sombras, la forma y la ilusión”