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La S líquida más sólida del cine, la de Spielberg, apareció ayer en el centro del Festival con una película como de postre para una merienda infantil, más de cuento que de cómic, narrada a la velocidad de la fantasía de antes, a un ritmo «prenintendo» o «pretablet», y que emociona, teje, conspira y asusta a todas esas zonas del niño que no están conectadas directamente con su dedo índice. «Mi amigo el gigante» es el cuento de Roald Dahl, el increíble encuentro de una niña huérfana con un gigante buenazo que la lleva al país de los gigantes, los cuales no son tan bondadosos y apacibles como él, ni tampoco, por supuesto, vegetarianos, pues aspiran a comerse a todos los niños del mundo? El gigante está construido con el producto estrella de la casa Disney, es decir, los sueños, y la mano de Spielberg para batirlos con la realidad y las pesadillas. La película juega a mezclar personajes reales, animación, imágenes virtuales y escenarios naturales y oníricos?, todo altamente tecnológico, pero dejando en la pantalla la impresión de manualidad y de cuento antiguo que le permite la respiración y la admiración al espectador.

El actor Mark Rylance, o al menos algo de él, es quien rellena el cuerpo del gigante, y el que le procura los grandes momentos divertidos y de tensión a la historia, hasta encontrarse en un desayuno digno de Alicia con la Reina de Inglaterra (la actriz Penelope Wilton, otra que se le da un aire). Como es natural, ni Spielberg ni esta película de gigante con un cierto regustillo a E.T., han venido a Cannes a competir por nada, sino a dejarse ver. Y verla es el mejor premio que ofrece.

En la competición, el último cine presentado era muy, muy para adultos: una magnífica película alemana, «Toni Erdman», de la directora Maren Ade, y una tan liosa como hermosa del coreano Park Chan-Wook, «Agassi», algo así como señorita de compañía. Lo mejor de la película alemana era la insólita relación entre un viejo profesor retirado y su hija, una infatigable ejecutiva de una empresa alemana establecida en Bucarest, aunque tal vez aún mejor sean las interpretaciones que hacen de ellos Sandra Huller y Peter Simonischek, especialmente ella, que arrancó una enorme ovación al final de una escena en la que se vacía cantando a pleno pulmón. El viacrucis laboral y personal de esa mujer ambiciosa se ve amplificado por la visita de su padre, un histrión que lleva consigo siempre otro personaje, el Toni Erdman del título, y que aporrea continuamente las líneas de esta dramática historia para convertirlas en una comedia muy divertida, pero que tiene un evidente problema de sobrealimentación (dura más dos horas y media); digamos con la primera y última hora hubiera sido una pequeña obra maestra. Las apariciones del impresentable Ederman en los momentos menos adecuados y la lenta conversión de su hija en una persona humana consiguen una mezcla de humor y depresión muy eficaz, y desde luego coloca a sus dos protagonistas en la cola para recoger el premio de interpretación.

El coreano Park Chang-Wook es un cineasta capaz de sacarle un brote de estética a un hachazo, pero que aquí, en «Agassi», maquilla sus mejores cualidades para contar una intriga de amores y ambiciones de un modo peculiar, pues la estructura en tres partes, en tres puntos de vista, de tal modo que cuando el espectador cree estar dentro de ella, va y se la muestra desde otro ángulo y la historia cambia de color como un camaleón. Una mujer sola, encerrada y rica, un joven pretendiente que intenta camelarla con malas intenciones, una sirvienta que juega a los dos palos, a la señora y al perillán, o sea al bolsillo y al corazón, y un tío sádico y vigilante de la fortuna de la mujer? Ambientada en la Corea de los años treinta, mientras la invasión japonesa, y en unos escenarios de interior en los que relucen las tazas, los vestidos y las perversiones. Larga, como todas, y entretenida como pocas, y con algunas escenas de sexo lésbico que sonrojarían a Adéle, la de la Historia de? No está a la altura ni de la amoralidad ni de la brutalidad de algunas otras de Park Chang-Wook, pero tiene un enorme encanto visual y dramático, y un punto muy negruzco en su sentido del humor.

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