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Rian Johnson el próximo domingo le caerán 44 años, pero en su mente es el mismo niño que vio por primera vez La guerra de las galaxias. “Durante cuarenta años he llevado en la cabeza las historias con las que jugué con mis primeras figuras de acción", confiesa a El País. Historias de galaxias muy, muy lejanas como la que ahora ha escrito y dirigido en la saga de Star Wars con el Episodio VIII, Los últimos jedi. “Es surrealista y a la vez lo siento como algo natural. Ha sido como volver a jugar con mis muñequitos”, añade. Un juguete muy caro (con un presupuesto estimado en los 212 millones de euros, cifra no oficial) y lleno de figuras legendarias como Mark Hamill y Carrie Fisher. Y con límites: es la segunda entrega de la trilogía, sin la libertad que da la primera o la última. Todo en manos de un realizador con experiencia en cine independiente (Looper, Los hermanos Bloom o Brick) y en televisión (Breaking Bad). “Imagíname sentado en la cama de Carrie Fisher hablando con ella por primera vez durante cinco o seis horas sobre el guion que acababa de escribir”, se ríe dejando hablar a su niño interior. "Es el secreto de Star Wars­", afirma cual gran revelación. "Que habla a ese niño, donde quiera que esté, que siente que el mundo le está esperando. De la atracción y el miedo que esa incertidumbre produce. Películas sobre el paso de niño a adolescente a adulto. Y cómo navegar a través de esas aguas”.

Johnson jura y perjura que salvados esos pequeños momentos de friki nunca en su vida se sintió más cómodo que al frente del rodaje de Los últimos jedi. Asegura que su guion no apela a la nostalgia, a la acción o a la sorpresa. “Mi único trabajo fue servir a los personajes”, confiesa. Y en el caso de Mark Hamill, dejarle hablar por primera vez desde El retorno del Jedi. “Le di el mejor diálogo de esta trilogía y también le dejé hablar en el plató. Porque si Mark te cuenta una historia de El imperio contraataca, tú le escuchas... al menos que sea la quinta vez que los hace”.

Dentro de su optimismo no oculta que existió algún escollo. Aunque nada que ver con las disensiones que acabaron con el trabajo de Colin Trevorrow o el tándem Phil Lord y Christopher Miller en otras aventuras galácticas. “Tú no vas a Mark y a Carrie, que han estado toda su vida en la piel de Luke y Leia, les plantas un guion en las manos y esperas que funcione sin más. Hubo cosas que no les gustó pero lo entendí. Fui el novio que se sienta por primera vez en una cena familiar”, reconoce. Quien siempre estuvo de su lado fue Kathleen Kennedy, al frente de Lucasfilm. “¡Si supieras lo fácil que fue trabajar con ella! Fue mi protectora, no solo mi apoyo sino quien creó el espacio necesario para hacer la película que quise hacer”, confirma. No recibió instrucciones ni de George Lucas, el creador de la saga, ni de J. J. Abrams, que todavía estaba rodando El despertar de la fuerza cuando Johnson aceptó el encargo, ni de los estudios Disney, que pagan por el juguete.

Sus únicas inspiraciones vinieron de su cinefilia. Para la secuencia de la ciudad casino de Canto Bight, Johnson se inspiró en el clásico del cine mudo Alas. Y para los bombardeos, su referencia fue el filme de Gregory Peck Almas en la hoguera. En Los últimos Jedi hay también hay mucho de Akira Kurosawa y de otros filmes japoneses. “Además de mucha comedia muda como las de Buster Keaton”, indica, explicando que eso fue justo lo que le recomendó al finés Joonas Suotamo, el nuevo hombre debajo del pelo de Chewbacca.

Rian Johnson se mueve con una antigua Cannon siempre colgada de su hombro, regalo de su director de fotografía en Looper y con la que no deja de fotografiar cada instante de este sueño. Que continuará al frente de la próxima trilogía de Star Wars, de la que no piensa hablar ahora. “No tengo palabras para describir lo que estoy viviendo. Cada uno de mis días lo recordaré hasta que me muera”.

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