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Steven Spielberg creó uno de los personajes más míticos de la historia del cine. Un arqueólogo aventurero, carismático y algo canalla llamado Indiana Jones. Los rasgos de Harrison Ford, en plena efervescencia por el éxito de Star Wars, ayudaron a que Indiana Jones en busca del arca perdida se convirtiera, en 1981, en un éxito descomunal y en el inicio de una exitosa saga.

Spielberg, conocedor de los mecanismos de la industria del cine, sabía que en aquel personaje había materia prima para muchas películas, y según acabó la primera se puso manos a la obra con la siguiente, que se estrenaría tres años después con el nombre de Indiana Jones y el templo maldito. El filme, no era realmente una continuación, sino que se desarrollaba antes que la anterior, lo que ahora se conoce con el nombre de precuela. Jones viajaba a a la India, donde para ayudar a encontrar una piedra se enfrenta a una secta que practica la magia negra y sacrificios como sacar un corazón de gente viva en una de las escenas más locas de la saga.

La historia comenzaba en Shangai, con una escena de acción trepidante a la altura de pocos directores, que culminaba con el aterrizaje de Indiana Jones con la chica de turno en un coche en donde le esperaba un niño indio que era el compañero de andanzas del arqueólogo. Un peculiar Sancho Panza asiático que respondía al nombre de Tapón.

El chaval fue la sorpresa del filme, el alivio cómico que necesitaba, y Spielberg no es ningún tonto. Sabía cuando algo funcionaba, así que decidió aprovechar la vis cómica de aquel actor de 13 años y nombre imposible, Jonathan Ke Quan, para convertirlo en el actor de moda del momento.

Dicho y hecho, sólo un año después Spielberg produciría una película con una banda de chavales de protagonistas que se metían en una aventura para conseguir un tesoro pirata. La idea original era suya, pero le confío la dirección a su amigo Richard Donner -director de Superman- y él se quedó como poder en la sombra.

Quizás fue él el que introdujo en esa pandilla inolvidable de Los Goonies a un personaje asiático llamado Data y que volvía a servir momentos divertidísimos, en esta ocasión como genio de los cachibaches que luego servirían al grupo. El encargado de poner rostro a Data volvió a ser Ke Quan, que con apenas 14 años había estado en dos de los taquillazos más importantes del momento.

Podíamos estar ante una de esas estrellas infantiles que aguantan el paso del tiempo, y durante los últimos compases de los ochenta y los primeros de los noventa fue así. Aquel crío, nacido en Saigón (Vietnam) se fue hasta Japón para rodar una película allí, Passenger: Sugisarishi hibi, mientras ya le habían dado un papel en una serie en EEUU, Una vida juntos, que sólo tuvo una temporada que terminó en 1987.

Durante cuatro años no hubo trabajo para el pobre Jonathan Ke Quan, aunque en 1991 volvió con fuerza, ya que entonces rodó la película Respirando fuego y regresó a la televisión para Los primeros de la clase, que fue un éxito en donde pudo lucirse en 25 capítulos. Ese año también rodó un episodio de Historias de la cripta, y en 1992 El hombre de California en un papel terciario y en un filme masacrado por la crítica.

Mientras aquí celebrábamos los Juegos Olímpicos, el pobre Tapón de Indiana Jones vivía su segundo parón profesional, ya que hasta 1997 no aparecería en nada. Aquel curso protagonizó en Taiwán Red Pirate, y en 2002 en Hong Kong, Mou Han Fou Wat. Ese es el último registro como actor que se tiene de Jonathan Ke Quan, pero él se mantuvo en la industria del cine, aunque con una misión menos lucida ya que no se le ve delante de la pantalla: se convirtió en coreógrafo de escenas de acción.

Quan era un experto en artes marciales, y de hecho fue el responsable de todas las peleas que se vieron en el primer X-Men del año 2000. Desde entonces enfocó su carrera en ese sentido, y por lo visto lo logró, aunque la pantalla perdiera de vista para siempre al mítico Tapón, el se quedó en un segundo plano pero vinculado al cine que le convirtió en una estrella fulgurante.

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