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Nos quedarán sus melodías, ese silbido agudo de los spaghetti western de Sergio Leone, el piano furioso de Los Intocables y los violines melancólicos de Cinema Paradiso. Ennio Morricone, el gran creador de bandas sonoras del siglo XX (y parte del XXI), falleció este lunes en Roma a los 91 años.

El músico estaba convaleciente por una fractura de fémur que había sufrido hacía pocos días. Pero estaba lúcido, y quizás sabiendo que era su hora final se despidió de su esposa María y su familia, “agradeciendo el amor y la atención que le han brindado”, dijo uno de sus hijos en un comunicado.

Colección de premios
Hace exactamente un mes, el 5 de junio, el compositor romano había sido galardonado con el Premio Princesa de Asturias con John Williams, el otro creador de bandas sonoras que revolucionó la industria del cine y el recuerdo que tienen los espectadores cuando se encienden las luces de la sala.

Este es uno de los tantos premios que ha recogido en su carrera. El Oscar honorífico le fue otorgado en 2006, y una década más tarde, se llevó el primer premio de la Academia por una película, Los odiosos ocho de Quentin Tarantino.

La academia le había sido esquiva en otras cinco oportunidades, e incluso un ridículo tecnicismo no le permitió competir por la que se considera su mejor banda sonora (y quizás una de las más conmovedoras de la historia del cine), Érase una vez en América (1984).
Tres Globos de Oro, seis Bafta, dos Grammy, once Nastro d’Argento y diez David de Donatello son algunos de los numerosos premios que llenaron sus estanterías, al que hay que sumar el Premio de Música Polar (2010), entregado por la Real Academia Sueca de Música y considerado el Nobel de la música.

La genialidad detrás de las partituras
Nadie puede componer 520 bandas sonoras si no se es un genio. Y Morricone lo demostró desde niño, cuando tomó la trompeta de su padre y demostró que podía superar a su progenitor en poco tiempo.

Con seis años ya había compuesto una obra, y el curso de armonía del conservatorio, que se suponía iba a llevarle cuatro años lo terminó en seis meses.

Tras salir de la academia se ganó la vida como compositor fantasma, retocando y puliendo las obras que otros firmaban. Hasta que un compañero de la infancia, Sergio Leone, le dio la oportunidad que fue el principio de una prolífica carrera: la música de Por un puñado de dólares (1965), a las que le siguieron El bueno, el feo y el malo (1966) y Agáchate maldito (1971), entre otras películas.

Los climas que nadie podía lograr
Un silbido a lo lejos, un violín con una nota tenue, una campana que rompe el silencio eran suficientes para recrear una atmósfera de paisajes desérticos, de miradas oscuras y de dedos a punto de apretar el gatillo.

Pero uno de los grandes rasgos de Morricone ha sido su versatilidad, cómo creaba climas con un oboe para remitir a la grandiosidad de las Cataratas del Iguazú en La Misión, o de qué manera un piano galopante sube la adrenalina en las escenas de Los Intocables que anticipan una lluvia de balas.

Además de los citados Leone y Tarantino otros grandes directores como Oliver Stone, Terrence Malick, Brian de Palma, Bernardo Bertolucci, Pedro Almodóvar y Giuseppe Tornatore lo convocaron para crear los clímax que buscaban en sus guiones.

Qué mejor ejemplo de la conmovedora escena final de Cinema Paradiso, con esa recopilación de besos prohibidos con una música melancólica que Morricone regaló a generaciones de amantes del cine.

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